Dentro de su
generación fue la única artista plástica con una obra fuerte, original y
trascendente, a pesar de que la encajonaron en un grupo artístico y hoy pocos
la conocen.
Armando Enríquez
Vázquez
Alguna vez al referirse a los llamados Contemporáneos Xavier
Villaurrutia definió al grupo al que supuestamente él pertenecía como “un
archipiélago de soledades”, esto se aplica a muchos otros movimientos
artísticos de nuestro país en el siglo XX, donde lo único que tienen en común
los integrantes es conocerse, ser amigos y tener edades similares.
Otro claro ejemplo de esta etiquetación de artistas
mexicanos es la llamada Generación de la Ruptura, una generación que como tal y
bajo ese nombre jamás existió, pero cuyos miembros tenían como denominador
común el cambiar la plástica mexicana que durante más de treinta años se había
visto invadida por el nacionalismo y una estética que como en algunos de los
cuadros de Diego Rivera o de Frida Kahlo estaba más cercana del Mexican curious, que a la estética y se
había rezagado en una zona de confort y del discurso oficial que poco o nada
hablaba de un México moderno.
Artistas como Manuel Felguérez, José Luis Cuevas, Alberto
Gironella, Fernando García Ponce, los hermanos Coronel entre otros y junto con
todos estos hombres de estilos y formas de expresión tan diversas sobresalió
una sola y excepcional pintora; Lilia Carrillo.
En su libro acerca de nueve pintores mexicanos, publicado en
2006 por la UNAM, el escritor Juan García Ponce escribió acerca de Lilia
Carrillo:
“Lilia Carrillo es,
esencialmente, una pintora lírica. Sus cuadros se colocan de una manera natural
dentro de ese grupo de obras cuya esencia poética, siempre más cercana al terreno
del canto que al del concepto, escapa a todo intento de interpretación.”
(pag. 47)
Lilia Carrillo nació en la Ciudad de México el 2 de
noviembre de 1930. A los 17 años estudió con el pintor Manuel Rodríguez Lozano,
una de esas islas de soledad que formó al grupo de los contemporáneos. Tras el
aprendizaje con el pintor decidió ingresar a la Escuela de pintura, escultura y
Grabado La Esmeralda. Fue amiga de Remedios Varo y conoció a Leonora
Carrington.
Su arte se alejó muy rápidamente de la tradicional Escuela Mexicana
de Pintura y su pintura figurativa, cuyos máximos exponentes eran los
muralistas y sus seguidores. Carrillo es la primera exponente del arte
abstracto en México. Se casa por primera vez con el filósofo Ricardo Guerra en
1951 y junto con él parte rumbo a Paris ese mismo año. Lilia Carrillo continua
con su creación pictórica en Paris, estudia en la Academia de La Grande
Chaumiere, y en 1954 conoció al pintor Manuel Felguérez. En 1956 se divorcia de
Guerra.
Al margen de su búsqueda de expresión artística y personal
Lilia Carrillo tuvo que hacer pintura comercial; figurativa y cercana la de la
Escuela Mexicana, así como artesanías que firmó con el seudónimo Felsa Gross,
para mantener a los dos hijos que tuvo con Guerra.
Fue en la década de los cincuenta cuando Carrillo mientras
tomaba clase de mural en el ex convento de San Diego sufrió una caída desde el
andamio que le lesionó la espalda.
En 1958 fue una de las participantes en la Bienal
Internacional de pintura y grabado, en la que se puso de manifiesto la
intensión de la nueva generación de artistas plásticos mexicanos por hacer a un
lado el arte de la ya decadente Escuela Mexicana de Pintura.
En 1960, se casó en Washington con Manuel Felguérez.
En 1965 participó en la convocatoria llamada Salón ESSO que auspició
el Instituto Nacional de Bellas Artes. La convocatoria era la correspondiente
regional para México y Centroamérica de una convocatoria a nivel del continente
y que habría de finalizar con una exposición y selección de ganadores de todo el
continente en Washington. Lilia Carrillo y Fernando García Ponce resultaron los
ganadores, seleccionados por un jurado encabezado por Rufino Tamayo, entre
otros y que puso al movimiento abstracto sobre el arte figurativo, la respuesta
no se hizo esperar y se llegó hasta los golpes por las bravuconadas de uno de
los pintores figurativos que no fue elegido; Benito Messeguer, sus seguidores
en contra de los ganadores y miembros del jurado. En los números de los días 23
de noviembre y 30 de noviembre de 1991 de la revista Proceso, la eterna crítica de arte, Raquel Tibol publicó la crónica
de esta bronca entre artistas e intelectuales. Curiosamente Lilia Carrillo y
Benito Messeguer, junto con Felguérez, José Luis Cuevas, Francisco Icaza y
otros pintaron el mural efímero sobre las láminas de zinc en Ciudad
Universitaria en septiembre de 1968 y como apoyo a al movimiento estudiantil.
Al año siguiente se inauguró una exposición llamada
Confrontaciones, que para algunos marcó la puntilla definitiva en contra de la Escuela
Mexicana de Pintura. La obra de Lilia Carrillo por supuesto que formó parte de
esta exposición tan determinante en la historia de la pintura mexicana del
siglo XX.
Lilia Carrillo también incursionó en el diseño de
escenografías y vestuarios para obras teatrales como Sonata de Espectros de Strindberg y La Dama de las Camelias dirigida por Jodorowski. En 1970.
En 1969 sufrió un aneurisma en la médula espinal, tras
terminar unos murales para la Expo Osaka 70, lo que la obligó a pintar con
menos frecuencia y la recluyó una temporada en el hospital y permanente a una
silla de ruedas. Lilia Carrillo continuó pintando en lienzos más pequeños, a
veces acostada en la cama a la que estaba confinada. Consecuencia de esta
condición Lilia Carrillo murió el 6 de junio de 1974. Carrillo tenía 43 años.
Los murales realizados para la Expo Osaka 70 se encuentran hoy en museo de
Manuel Felguérez en la ciudad de Zacatecas.
publicado en mamaejecutiva.net el 23 de octubre de 2017
imagen; pintorasmexicanas-liliacarrillo.blogspot.mx
No hay comentarios:
Publicar un comentario