“Aún en las grandes tragedias la ironía pocas veces está ausente”
H.P. Lovecraft.
Una de las tradiciones de la televisión norteamericana se
encuentra en los programas conocidos como talk
shows y que se programan alrededor de las diez de la noche una vez que el
noticiero central de cada canal ha terminado, en estos talk show, el conductor frecuentemente un comediante hace
entrevistas y al principio del programa hace un stand up para comentar de
manera divertida, ácida y en ocasiones llena de ironía y criticismo los
acontecimientos informativos, sobretodo de índole política, del día.
Desde hace siete meses el rating, no sólo en su horario
normal de televisión abierta o de paga, sino en sus sitios de Internet,
incluyendo canales de Youtube, de los talk
show nocturnos de las cadenas de norteamericanas ha crecido de manera
impresionante. Millones de personas en el mundo disfrutan de lo que los
comediantes a cargo de estos programas tienen que decir acerca del desastre que
acontece en Estados Unidos y que encabeza Donald Trump.
Las audiencias ríen y celebran las ocurrencias de Stephen
Colbert, Jimmy Kimmel, Noah Trevor, Seth Meyers o Conan O’Brien entre otros,
acerca de las pifias que día con día comete Donald Trump y su esquizofrénica
manera de entender el poder de un presidente, sus obligaciones y
responsabilidades. En un país que desde hace muchas décadas ha aprovechado la libertad
de expresión, entre otras cosas, para burlarse y reírse del poder, aunque
también ha sido llevada al extremo para banalizar también esas mismas actitudes
y los comportamientos en general de políticos, así como el ejercicio de los
cargos públicos. La llegada de un hombre como Donald Trump ha convertido a los
anfitriones de los programas nocturnos en críticos feroces, columnistas
profundos e irreverentes, algo imposible en otros medios y canales informativos
donde la norma es la solemnidad, o peor en esa niebla confusa de la
manipulación de los medios afines al Partido Republicano y su presidente como
sucede en el caso de Fox News.
Hoy son estos espacios de entretenimiento nocturno los que
haciendo burla del Presidente también se han convertido en los lugares de
despiadados comentarios editoriales que intentan hacer reflexionar al
televidente y al internauta sobre lo que está sucediendo en Estados Unidos.
“Si crees que este universo está mal, deberías ver algunos de los
otros”.
Philip K. Dick
La sátira política no es algo nuevo, ni exclusivo de la
época contemporánea, existe desde que un ser humano ha sentido la necesidad de
mofarse de manera reflexiva y ácida del comportamiento y decisiones de los que
ostentan el poder. De Aristófanes a Brozo. De los grafitis afuera de Palacio
Nacional en los días de La Colonia a las caricaturas de Magú en La Jornada.
No se trata de un sesudo y solemne análisis surgido de ese
extraño y acartonado olimpo de los que hoy en México de manera discriminatoria
y arrogante se autonombran la Comentogracia,
si no desde un lugar mucho más popular y más libre. La misma publicidad ha
sacado jugó a la sátira política en un caso reciente la campaña de Cucapá
vendiendo cerveza mexicana a los seguidores de Trump llevada a cabo el año
pasado durante la campaña presidencial de Estados Unidos. Una vez más las
portadas de revistas como Newsweek, The
New Yorker y Der Spiegel satirizan la imagen del presidente y su relación con
los supremacistas blancos y el KKK
“La ironía se desperdicia en los estúpidos.”
Oscar Wilde.
El problema es que actualmente ese gran momento de reflexión
surgido desde los espacios de entretenimiento y comedia de la televisión
norteamericana, tiende a transformarse en un simple lugar común. Un espectáculo
más en la gran vitrina de los medios de comunicación. Para la gran mayoría de
las audiencias, sobre todo aquellas que acuden a los foros donde se graban estos
programas todo se reduce a sus quince minutos de fama abucheando, aplaudiendo y
celebrando las palabras del conductor de manera por demás absurda y siendo
parte de una masa que parece también ser incapaz de ser crítica por sí misma.
A veces y a fuerza de repetirse ad nauseam la potencia de la ironía se diluye, su acidez cambia de
pH y se convierte en base. Las carcajadas se transforman en una rutina que se
vuelve cómplice de aquello a lo que pretende criticar. En tiempos como los
actuales donde la inmediatez y la liquidez son la norma de todo comportamiento
y relación humana, no podemos permitir que estos críticos que en otras
circunstancias y latitudes, como la nuestra, donde la censura no se limita a
una acusación de fake news o de
amonestación, si no a la pérdida del trabajo como vimos en los intentos de
silenciar a Ferriz de Con o a Carmen Aristeguí o en el silencio forzoso que
impone una bala en la cabeza, también terminen por diluirse en el caudal de lo
banal.
La ironía siempre parece inofensiva a tontos y locos se le
tolera de mayor manera, hasta que por no terminar de entenderla o entenderla
muy claramente los desespera y los obliga a la violencia. Y hasta hoy los
comediantes editorialistas de la televisión norteamericana tienen mucho que
enseñar a la mayoría de conductores de los sosos y vulgares mal llamados Talk shows en nuestro país, salvo
honradas excepciones como Chumel Torres o Brozo. La televisión también puede
pasar de ser una caja idiota a una caja reflexiva, critica y ácida sin perder
su contenido de entretenimiento. No creamos que un chiste es solo un sinsentido
que busca hacer reír a otro. Finalmente como decía mi abuela entre broma y
broma la verdad se asoma.
Armando Enríquez Vázquez
publicado en roastbrief.com.mx el 21 de agosto de 2017
imagen telegraph.co
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