jueves, 8 de agosto de 2019

No me acostumbro a Tijuana.



Tijuana es una serie que habla de las consecuencias de creer que se puede trabajar el periodismo como un oficio libre y crítico.


Armando Enríquez Vázquez

Una de las recientes serise sobre México producidas por Netflix, Tijuana, es una serie con ciertos brillos acerca del problema de los periodistas en nuestro país, y en especial en zonas como la frontera norte donde desde hace años los periodistas han sido eliminados por su valor al enfrentar al poder y al crimen organizado.

La cuenta de periodistas muertos a lo largo de las últimas décadas en nuestro país crece sexenio con sexenio y las cuentas del actual gobierno no son en ese sentido mejores que las de sus antecesores.
Tijuana es una serie que habla de las consecuencias de creer que se puede trabajar el periodismo como un oficio libre y crítico, como lo hacen muchos periodistas mexicanos, ejerciendo su oficio de manera ética y profesional al dar o intentar dar a conocer la verdad. Llegar al fondo de sus investigaciones es no solo obstaculizado, sino saboteado por autoridades y criminales.
Tijuana no es sólo una serie acerca del periodismo y el libre albedrio que ejercen muchos de los miembros del oficio para ejercerlo de la manera ética y honesta siendo conscientes de los riesgos que corre su integridad y la de su gente cercana. Tijuana es también una reflexión acerca de lo podrido de las fronteras y del país, del poder insaciable de políticos y empresarios, pero también una dura condena a la doble moral de la gran parte de los miembros de la sociedad. La historia tampoco deja de hacer notar la ramplona diferencia que existe hoy entre los periodistas de los medios impresos y los vendedores de raiting que leen noticias en las pantallas de televisión denostando a los demás antes de hacer información.
Tijuana tiene un par de características muy especiales y que no son trascendentes, pero nos demuestran esa misma decadencia y corrupción del otro lado de la pantalla. La serie es una producción de Netflix con sello de Univisión y entre los productores de la serie aparece el nombre de Isaac Lee, quien el año pasado renunció a la vicepresidencia de programación de Televisa, por razones que nunca fueron claras. Isaac Lee fue la mente maestra para series de Televisa que se estrenaron en Amazon Prime como la primera temporada de Diablo Guardián y Un Extraño Enemigo, después de su fallida aventura en Televisa, ahora lleva su visión para producir materiales de calidad y diferentes a Netflix. Tras la salida de Lee, Televisa regresó a producir las mismas porquerías, creando una barra de comedia bajo los mismos parámetros que hace 50 años.
Otro hecho que llama la atención es que las acusaciones, veladas, de corrupción en Baja California, la serie las atribuye al partido más similar al PRI y no al PAN que desde hace mas de 20 años gobierna el estado fronterizo. Tal vez la visión de Lee en el tiempo que estuvo al frente de la parte de producción de Televisa se enteró de la tremenda corrupción del partido en ese momento en el poder del país.
Periodistas asesinados, de narcotráfico al interior de las maquilas, las antiguas prácticas para bloquear la compra de papel para que los diarios puedan imprimir, las amenazas disfrazadas de apoyos, el poder siempre corrupto del PRI y sus redes de poder y corrupción.
Damián Alcazar (Borja), Claudette Maille (Federica), Rolf Petersen (Lalo) y Tete Espinoza (Malu) sostienen con sus extraordinarias actuaciones la serie, Iván Aragón que interpreta a Andrés, el hijo de Borja, millenial embarcado en inventarse el proyecto de un documental sobre el asesinato del periodista y socio de su padre Ivan Rosa (Roberto Sosa) hace un papel decente basado en lo gris del personaje. Tamara Vallarta (Gabriela) quien es en teoría la coprotagonista de la serie cumple con una actuación muy mediocre pero un buen personaje en tinta. La trama de la serie se ve interrumpida por algunas escenas basura como las de Gabriela con su tía ciega que son totalmente de relleno. Su malo es muy de telenovela, pero no deja de lograr el evocar a cierto personaje priísta junior de otro priísta de cepa que vive en Tijuana.
La serie tiene todavía un aire entre las telenovelas de la empresa latina y las series modernas de televisión, tras el impacto del capitulo final de la primera temporada el espectador se da cuenta que la serie no resolvió el problema principal: la muerte de Ivan Rosa. y que las líneas argumentales abiertas son demasiadas y además muy vagas para adivinar el rol que tendrán en una segunda temporada. Aún así Tijuana tiene más méritos que fallas.
La canción de los créditos iniciales de la serie repite el estribillo: “No me acostumbro a Tijuana…” y nosotros los mexicanos parecemos habernos acostumbrado tanto a Tijuana y a las cosas que suceden al interior de nuestro país que lo hacen ser esa parte negra y nefasta de Tijuana que es una vergüenza que estamos obligados a superar.


publicado en roastbrief.com.mx el15 de abril de 2019
imagen Netflix

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