Entre los grandes exponentes de esta corriente de arte
muy estilizado y figurativo se encuentra esta polaca que sobresalió por el
erotismo en sus pinturas y vivió de sus retratos.
Armando Enríquez Vázquez
Para una mujer que vivió su vida al límite, que no conoció
reglas, tal vez nada más lógico que terminar sus días en una ciudad que le
niega un espacio al invierno y que sus cenizas fueran esparcidas en el cráter
de un volcán.
Tamara de Lempicka nació con el nombre María Górska en Varsovia
el 16 de mayo de 1898, en esos años Polonia era parte del Imperio Ruso, aunque la
artista manipuló de tal manera su biografía que existen quienes dudan del lugar
de nacimiento y de la fecha, sus mismas descendientes desconocen esos datos
básicos. Lo cierto es que, siendo parte de una familia de dinero, vivió desde
niña una manera muy cómoda, aun cuando sus padres se separaron cuando tenía
cerca de 10 años, su lujosa forma de vida no cambió y fue enviada a estudiar a
Suiza. A su regreso a San Petersburgo se enamoró y casó siendo una adolescente
con un rico y distinguido abogado ruso al que conoció en la ciudad rusa de
apellido Lempecki. La Revolución Rusa de 1917 puso a Tadeusz Lempicki en la cárcel
y Tamara lo rescató, el matrimonio se exilió sin dinero, como muchos otros
rusos, en Paris.
Tamara comenzó a pintar, tomó clases con Maurice Denis un
artista decorativo de cierta importancia y André Lothe un pintor cubista. Tamara
supuestamente había tomado ya clases de arte en la Academia de San Petersburgo.
Comenzó a pintar para ganar dinero que le hacía falta a la pareja, tras el consejo
de su hermana, la arquitecta Adrianne Górska que también se desarrolló en el
art deco. Tamara además, tuvo una hija alrededor de 1919, a la que llamó María Krystina,
pero a la que siempre llamó afectuosamente como Kizette. Kizette fue modelo desde
la infancia de muchas pinturas de su madre. Lempicka es una de las mejores
representantes de la pintura art deco. Sus figuras perfectamente definidas,
solidas y con un gran peso dentro de la composición, estilizadas y estéticas la
posicionaron como una artista importante dentro de la corriente y en el gusto
de los ricos de la época. Lempicka pintó a Alfonso XIII, el derrocado monarca
español y a la reina Isabel de Grecia. A Tamara no le costó trabajo regresar al
ritmo de vida al que estaba acostumbrada desde su infancia. En 1931 Tamara se
divorció de Lempicki.
Tamara de Lempicka retrató a la aristocracia francesa de
entre guerras, en esa sociedad decadente que había sobrevivido a la I Guerra
Mundial y que de manera egoísta y hedonista se dedicaba a vivir la vida de la
mejor manera posible. Lempicka no actuaba de manera diferente y sus cuadros lo
muestran, más allá de los retratos con los que se mantenía en un principio, La
principal obsesión de Lempicka eran las mujeres desnudas.
Su bisexualidad, afición por las orgías, la cocaína y el champán,
no le impedían trabajar por más de nueve horas en su estudio, creando sus
imponentes pinturas. Mujeres en baños públicos, cuerpos femeninos voluptuosos y
sólidos en sofás, sus retratos de mujeres son de una sensualidad innegable. La
revista alemana Die Dame, la primera revista para mujeres en Alemania y la
más popular de entre guerras en aquel país, publicó como portada una pintura que
encargó a Tamara; un autorretrato de ella manejando, convertida en la imagen de
la nueva mujer; atrevida, que nada le impide llevar a cabo tareas que se suponían
exclusivas del hombre, pero al mismo tiempo mantiene su belleza como un punto
importante. El cuadro hoy en manos de una familia suiza se llama Autorretrato
en el Bugatti Verde es uno de los más importantes de Lempicka. En
1932 pintó Adán y Eva que es uno de los cuadros más importantes y
representativos del art decó.
En 1934 se casó con un Barón húngaro; Raoul Kuffner. Con los
tambores de guerra sonando en Europa a pesar de ser amiga de intelectuales
fascistas y simpatizar con la ideología, Lempicka convenció a su marido de
vender la mayor parte de sus propiedades en Hungría y poner su dinero en Suiza,
con el tiempo la pareja emigró a Estados Unidos y Lempicka se sintió de nuevo
en su ambiente, el frívolo y festivo mundo de Hollywood replicaba de alguna
manera el ambiente al que la pintora se acostumbró en Paris. Su pintura cautivó
por un tiempo a actores, productores y magnates norteamericanos. El paso del
tiempo, el rescate de las corrientes vanguardistas de principios de siglo y las
nuevas direcciones de la pintura fueron dejando el arte de Lempicka en olvido, hasta
que en la década de los setenta se hizo una magna exposición en Nueva York con
la obra de la artista.
Al finalizar la II Guerra Tamara de Lempicka reabrió su
estudio en Paris en la Rue Machain. Cambió su estilo por uno abstracto, pero no
logró la atención que tenía con su antiguo estilo art deco. En 1962 el Barón Kuffner
murió de un infarto. Tamara de Lempicka se mudó a Houston, Texas donde vivía su
hija Kizette.
La baronesa junto con Kizette y la familia de ésta se mudó
en 1978 a Cuernavaca donde vivió hasta su muerte el 18 de marzo de 1980, por
solicitud de la artista sus cenizas fueron arrojadas desde un helicóptero por
Kizette al interior del cráter del Popocatépetl.
Su pintura la Bella Rafaella fue calificada entre los
mejores desnudos del siglo pasado.
Un ser que fundió su vida y obra en el imou frenético de las vanguardias
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