Hay series que a pesar del cierto encanto que producen en el espectador carecen de algo, lo que les impide mostrarse como creaciones sólidas.
Armando Enríquez Vázquez
Club de Cuervos es
una serie emblemática, pues se convirtió en la primera serie mexicana que
produjo Netflix, sin embargo, a lo largo de sus dos temporadas, la serie se ha
mostrado como una serie indefinida, una serie cuyo esquema y cuya trama en
ocasiones se basa en ocurrencias , no siempre las mejores, pues no ayudan a que
avance la trama, ni a que la acción de la serie, sea lo suficientemente llamativa, sin embargo, no de ja de tener
otra serie de características que misteriosamente hacen que uno vaya al
siguiente capítulo de manera casi automática.
Una de las cosas más notables de Club de Cuervos es la mercadotecnia que he rodeado a la serie, en
especial a esta segunda temporada con el partido entre Los Cuervos de Nuevo
Toledo y el club de la Liga MX Xolos de Tijuana. Así como, la conferencia de
prensa en la que los protagonistas de la serie se enfrentaron. La anécdota y la
rivalidad entre los hermanos es un tema recurrente en las comedias, situarlo en
medio del futbol mexicano y dibujar, aunque sea de manera muy tímida, la
corrupción existente en él, son aciertos de la serie y Gaz Alazraki.
Sin embargo, la primera temporada es como un mal trailer de
una serie que nadie quiere ver y por placer culposo termina viendo.
La segunda temporada es más de los mismo y tal vez más
decepcionante que la primera. Con un reparto de primera y con desperdicio
inexplicable de actores como Daniel Giménez Cacho, Emilio Guerrero, Sofía Niño
de Rivera, la serie se pierde en la autocomplacencia. Como en la primera
temporada muchos de los capítulos rellenos de sinsentidos, secuencias metidas a
chaleco y lo más decepcionante de la serie es la incapacidad de los
realizadores de filmar de manera emocionante el futbol.
El personaje más desperdiciado es sin duda Hugo Sánchez,
interpretado por Jesús Zavala, quien en los primeros tres capítulos pareció que
iba a crecer en la segunda temporada en importancia y sin embargo, vuelve a caer
en un simple patiño de relleno.
Lo despreciable que son los hermanos Iglesias interpretados
por Mariana Treviño y Luis Gerardo Méndez, resulta un hándicap en la serie y no
una de sus virtudes. Pensemos por un momento en Frank Underwood y Claire, su
mujer, una pareja de despreciables seres humanos que protagonizan House of Cards llegan a tener incluso su
encanto y seducen al espectador, tristemente los Iglesias son sólo una mala
caricatura de lo que realmente podrían ser dos personajes maquiavélicos y cínicos.
La serie no deja de tener algunos momentos brillantes, e incluso todo el tercer
capítulo de la segunda temporada no tiene desperdicio a diferencia de los
siguientes, los cuales apuntan ya a alguna de las fallas enumeradas en un
principio. El Cliffhanger final de la segunda temporada es anodino y no nos
invita a esperar un año para la nueva temporada, cuando ya todos hayamos
olvidado una serie que decepciona conforme va avanzando.
Lo gratuito del lenguaje soez y la vulgaridad poco ayudan a
la serie y si denotan una argucia barata por tratar de llamar la atención de
los jóvenes, en una irreverencia que parece pataleta de infante.
Club de cuervos es
una serie que podría ser mucho, pero mucho más, pero creo que la influencia del
chiste barato y de la vulgaridad al estilo Televisa, que busca denigrar al
espectador creyéndolo idiota, es el elemento más decepcionante de la serie,
sacrificando a los actores y líneas dramáticas que podrían darle una mayor
contundencia a la historia.
Otra serie que no terminó de cuajar es West World, la ambiciosa serie de HBO, basada en la película que
escribió y dirigió Michael Crichton en 1973 y que estelarizó Yul Brainer. El
tema es un parque de diversiones temático del Viejo Oeste norteamericano para
adultos, en el que uno de los robots comienza a fallar. La serie está
estelarizada por Anthony Hopkins, Ed Harris, Evan Rachel Wood, Jeffrey Wrigth,
Thandie Newton, entre otros.
En la adaptación para HBO, la historia narra cómo algunos de
los robots del parque comienzan a cobrar conciencia, como su inteligencia es
manipulada para que ese nacimiento de conciencia lleve el parque de diversiones
a otro nivel. Más allá de los diferentes rumores acerca de las escenas de
orgías y sexo oral eran reales y se obligaba a los extras a hacerlas, el retraso
de su estreno, la serie de HBO es sin duda un extraño pastiche que intenta ser
tan sofisticada que sus vueltas de tuerca la convierten en una verdadera
historia inentendible por momentos y ante lo que al espectador se resigna a
levantar a levantar los hombros frente a la pantalla y dejarse caer en el
sillón en aceptación. Y es por ese mismo intrincado laberinto de líneas de
tiempo y argumentales que las acciones de la serie, en ocasiones, se vuelve
aburridamente predecible.
Pasado, presente y futuro que no queda del todo claros, ni
siquiera en el capítulo de final de temporada, que nos prepara para la
siguiente temporada. Lo que sigue en la segunda temporada anunciada para 2018,
puede ser más caótico aun pues ya vislumbramos la existencia de otra zona temática
del parque, con el paso por el taller de los robots samurái.
La serie llega a veces a ser demasiado pretensiosa en cuanto
a diálogos que lejos de ayudar al desarrollo de la trama, hacen que algunos capítulos
sean densos. Las actuaciones, la ambientación y la espectacularidad de la serie
se ven rebasadas por las complicaciones de la trama. West World es una serie que teniendo momentos que podrían
atribuirse a Phillip K. Dick, Stanley Kubrick o a Ridley Scott, se quedan sólo
en tímidos guiños de aquello a lo que quieren homenajear y emular.
Ambas series tiene sus encantos, sus momentos brillantes y a
pesar de ello no terminan de dejar un buen sabor de boca. Algo faltó, algo
sobró.
imagenes: Netflix.com
HBO.com
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