Dicen que la justicia
es ciega, lo cierto es que en México pasa de la esquizofrenia a la bipolaridad
dejando en claro que si existe algo que merece desecharse y reformar desde la ley es la justicia.
Armando Enríquez
Vázquez
Leo el extenso texto al que es difícil catalogar con el que
Jorge Volpi ganó este año el premio de Novela Alfaguara, Una novela criminal, y como muchas otras veces lo único que me
queda claro es que si existe un país donde la justicia se viste del color que
el poder le pide es el nuestro.
El libro que trata a manera de reportaje, de crónica, jamás
como novela y mucho menos como pretenden ciertos críticos tiene el estilo de
Truman Capote en A sangre fría, el
famoso caso de la supuesta banda de secuestradores llamada Zodiaco en la que
supuestamente participaba la ciudadana francesa Florence Cassez.
Una novela criminal, es
un escalofriante recuento de cómo lo menos importante para la justicia y esto
es tanto para los encargados de ejecutarla, como para aquellos que la ejercen
son la justicia y los derechos de los individuos. En un extraordinario y
exhaustivo trabajo periodístico, que no literario, Volpi nos cuenta la historia
de Florence Cassez, la francesa acusada de secuestro junto con su pareja
sentimental un mexicano llamado Israel Vallarta, y de como la justicia torció
las cosas para que un presidente que con el tiempo se muestra más enano para
los mexicanos y para México cada día, se encaprichó, por instrucciones de su
jefe de la Policía Genaro García Luna en mantener en la cárcel a una persona,
incluso afectando las relaciones internacionales de México con Francia.
Sí Cassez es inocente o no a estas alturas es imposible
decirlo y aunque Volpi parece creer que es inocente, no creo que nadie pueda
saberlo con certeza a excepción de García Luna y los otros actores de la
primera puesta en escena de la captura de los acusados.
Lo que queda claro es que la justicia no es la misma en
México para una francesa que para un mexicano acusados del mismo crimen.
Mientras Cassez vive en una cierta normalidad, libre en Francia, Vallarta sigue
preso esperando que alguien mire su caso con la misma bondad malinchista con el
que la Suprema Corte de Justicia vio el de su supuesta cómplice.
Hace algunos años, en 2008, el documental Presunto culpable, ya nos había
demostrado que los torcidos caminos de la justicia en México pasan por el ego
de jueces y magistrados que incluso demandaron a los productores del documental
al sentirse exhibidos en su arrogancia, prepotencia, falta de autocrítica, pero
sobre todo en su incapacidad por aplicar la justicia de manera transparente y
correcta.
La biografía novelada de Fernando Gutiérrez Barrios, Un hombre de confianza, escrita por
Fabrizio Mejía Madrid, otra imperdible del género “La justicia es un caso de
bipolaridad en México”, es pan con lo mismo. Los tres trabajos son impecables y
devastadores de un sistema de justicia que nada tiene de justo, de imparcial y
mucho menos de transparente. Existen muchas otras obras periodísticas o de ficción
basadas en hechos reales que tienen como tema la injusta forma de impartir
justicia en México.
Existe una gran cantidad de mexicanos que atacan todos los
trabajos que hablan de la realidad del país, que pretenden tapar el sol con un
dedo prefiriendo las estupideces como La
casa de las flores o preferenciando la vulgaridad verbal de series como Club de Cuervos a la vulgar brutalidad e
ingobernabilidad en la que vivimos. Pero por más que nos deleite la comedia, la
realidad está ahí para recordarnos todos los días que la injusticia y la
impunidad son lo que impera en el país.
Esta semana los ejemplos están ahí. La presa política o
mejor dicho la presa por el enojo y capricho de Enrique Peña Nieto, Elba Esther
Gordillo fue liberada como si nada hubiera sucedido en seis años para ella,
para su familia o para la sociedad mexicana. El hecho de que existan aun
sospechas de como esta mujer logró una fortuna que es obscena para los
mexicanos, una afrenta para el gremio de los maestros y una petulancia entre
políticos al parecer escapa de los tribunales de este país. El posible cambio
de cargos de Javier Duarte para que de esta manera enfrente a la justicia desde
la libertad, ponga en la calle a este torpe corrupto, todo ello sin el menor
cuestionamiento de la sociedad y mucho menos de los medios y los arrogantes
columnistas que se autonombran pomposamente la comentocracia como si realmente fueran
influyentes en algo. El que un hombre robe unos panecillos produjo el
linchamiento por los medios y la sociedad civil a través de las redes sociales,
pone el mundo al revés en materia de prioridades. No disculpo a este hombre, ni
pretendo banalizar el crimen cometió. Pero acaso ¿No deberíamos estar más
indignados porque un hombre que autorizó la venta de agua como tratamiento para
niños enfermos de cáncer para ganar millones de pesos, salga impune cuando
habría que tratarlo como un genocida?
México es un país donde la justicia es bipolar y mientras
muchos mexicanos pasan años tras las rejas sin un proceso rápido y eficiente,
el estado dirigido por hombres tan corruptos como Enrique Peña Nieto o Felipe
Calderón decidieron cada uno en su momento ejercer todo el poder de la
diplomacia mexicana para liberar uno a Humberto Moreira en España, el otro para
mantener en la cárcel a Cassez y arruinar la relación de México con Francia.
Pero ninguno de los dos se preocupó por hacer que el poder
judicial en México fuera mejor, más eficiente, expedito, transparente y justo.
Por eso se siguen escribiendo libros al respecto que ganan o no premios
internacionales y que dejan al descubierto la dislalia existente entre el
discurso oficial y la oratoria real en los tribunales. Hasta podríamos en una
nostalgia enferma decir: ¡Ah que buenos tiempos los de Fernando Gutiérrez
Barrios!
Me preocupa el silencio o las declaraciones
capoteando el temporal del Presidente Electo al respecto, porque parecería que
en ese sentido seremos testigos de nuevos casos de impunidad, de opacidad y de
cinismo.
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