La pasión por las aves de los mexicanos los ha llevado a llamar a platillos callejeros con nombres de algunas de ellas.
Armando Enrìquez Vàzquez.
El termino ornitología tiene al menos dos acepciones. La
primera se refiere al estudio de las aves y es de tipo científico.
La segunda hace
referencia al título de una composición musical de Charlie Parker también conocido
como Bird. Ornitología es una
variación que el saxofonista hizo de una pieza clásica del jazz llamada How High the Moon. Parker, uno de los
más claros exponentes del Bebop del Jazz, en la década de los años cuarenta del
siglo pasado junto con el trompetista Benny Harris, compusieron una nueva
melodía utilizando la vieja composición. Sobre una progresión de acordes del
clásico surgía una nueva pieza, algo que fue común entre los músicos de Bebop y
en especial en la historia de Parker como compositor.
Pero más allá de hablar de aves o de jazz, lo que me
propongo con este texto es poner a consideración una nueva acepción de la
palabra ornitología, que tiene que ver con una serie de antojitos informales
que los mexicanos degustamos en las aceras de la Capital y otras ciudades del
país y que todos tienen como denominador común nombres de aves. Son platillos
fáciles de consumir, no sé en cuanto a digerir, con los que cualquiera puede ir
deleitándose en su periplo al trabajo, pues no necesitan plato y todos ellos
tienen como otra característica en común; un bolillo o telera que contiene el
sustancioso relleno. Hay que dejar muy en claro que a diferencia de una torta
sencilla o compuesta, los platillos de la ornitología son tortas que tiene un
platillo que por sí sólo ya tiene la cantidad necesaria de calorías para toda
la semana. Algo que sin ningún problema nos comeríamos en un plato.
Esta nueva acepción de la palabra también define una
revolución alimenticia, ya que es otra mirada a la forma en que ingerimos la
famosa vitamina T, combinando, en más de
un caso, varios alimentos del grupo que contienen esta vitamina para delicia de
los mexicanos. Cabe también mencionar que si bien estos platillos no son
exclusivos del desayuno, es por la mañana cuando la mayoría de los mexicanos
los consume, aun después de haber desayunado obedeciendo al dicho, como un rey. Y en muchos espacios de Internet se
habla y se recomienda a estos platillos como meras botanas que apaciguan el
apetito antes de llegar a comer o cenar a casa, o simplemente como sustituto de
las papas fritas o palomitas con las que se acompaña a esa sana diversión de
dirigir a la selección nacional desde un sillón, encervezado y sin noción
alguna de un deporte que jamás se ha practicado.
La primera de estas ya no tan inusuales viandas es la Guacamaya. La Guacamaya es un platillo
mañanero del Bajío. Es una torta de chicharrón seco o duritos, como coloquialmente le dicen los guanajuatenses, con
jitomate, cebolla y cilantro, picados y una salsa de chile de árbol. Tal vez el
color rojo de la salsa con el jitomate y los destellos dorados del chicharrón
hayan hecho que alguien bautizara a la combinación con el nombre de la colorida
ave. Aunque existe una versión más prosaica que el nombre procede de un alcohólico
de la región empecinado en comer el platillo, beber tequila y hablar sin parar
como una Guacamaya. Sobra decir por
cuál versión me inclino yo. Esa es la forma clásica para preparar una Guacamaya que durante años prevaleció en
el centro del país. Pero los tiempos cambian y las nuevas generaciones quieren
imprimir su sello en las tradiciones por lo que se han desarrollado un número
de variantes acorde con el paladar del comensal; hay quienes añaden cueritos al
relleno de la torta, incluso me he llegado a topar con la noticia de que un
grupo de habitantes de la zona preocupados por su salud y el buen desempeño de
sus actividades laborales a lo largo del día, han desarrollado una Guacamaya que lleva integrada al centro,
como el centro de sabor de ciertas paletas, una flauta de picadillo o requesón
y por supuesto aquellos amantes de
comidas más naturales y orgánicas
le han agregado aguacate a la combinación. Lo que si no podemos dudar es que
todas ellas son en sí un alimento que podría hacer lo que la cabalgata contra
el hambre del gobierno no puede hacer.
En Hidalgo, existe el
Guajolote, no confundir ni con el ave, ni con otro clásico de esta
clasificación ornitológica llamada Guajolota.
El Guajolote es otra de las grandes fusiones
gourmet de la cocina esquinera y madrugadora de nuestro país, tiene su origen
en dos clásicos de nuestra cocina: El sope y la torta. Porque no basta con una
buena torta de pollo con queso, si se le puede agregar además de sus
frijolitos, cebolla y picante, dos grasosos sopes de esos que nos gustan tanto.
Los historiadores de tan nutritivo platillo fechan su origen a principios del
siglo 20, en Tulancingo, Hidalgo, cuando una mujer que tenía un puesto de
comida ofreció una Nochebuena a los comensales, un grupo de forasteros que
habían llegado al pueblo a instalar la energía eléctrica, estas tortas, que
comieron muy contentos, o tal vez muy resignados por qué a falta de pavo
navideño torta de sope y de ahí el nombre. Lo que para unos debió de haber sido
un vía crucis en aras de la modernidad, sin duda fue para esta mujer y el
pueblo de Tulancingo el nacimiento de una tradición culinaria y de un platillo
capaz de hacer sucumbir al más hambreado.
Pero, llegamos a los clásicos de la ciudad de México. Donde
todas las mañanas miles de estas aves son
deglutidas por hombres y mujeres en camino al trabajo. El desayuno de
campeones. La Guajolota o torta de
tamal uno de los alimentos si no más nutritivos, si de los más llenadores.
Capaz de mantener al estomago en digestión por las siguientes 24 horas, momento
en que otra torta de tamal es ingerida y para los muy osados o de gran estomago
nada mejor para lubricar el paso de la miga de maíz y el migajón de trigo que
un gran vaso de atole de arroz para tener a los tres principales cereales, no
en un día, ni en un ingesta, si no en mismo trago. La Guajolota, como los otros antojitos de la ornitología tiene
diferente subespecies; hay quienes gustan de la torta de tamal de mole, otros
de tamal verde, los menos piden su torta con tamal tipo oaxaqueño y los más innovadores
la piden de tamal de dulce. Incluso existen una serie de puristas que insisten
en que La Guajolota tiene que llevar
el tamal frito en aceite, de lo contrario se trata de una simple torta de tamal
light.
Finalmente hay que hablar de una especialidad que surgió en
un restaurante de la capital y que ha inundado las calles de la ciudad de
México, se trata de la tecolota o tecolote. Originaria al parecer del
restaurant de Sanborn´s donde se sirven como una modalidad de molletes, la
torta de Chilaquil, o Tecolota, migró a las esquinas de la ciudad y ha
evolucionado, pues ahora contiene frijoles, crema, queso rallado, pollo, en
algunos esquinas cochinita pibil, chorizo, milanesa o incluso una pechuga
empanizada y puede ser verde o roja, aunque espero que pronto los chilaquiles
que interesan a este manjar puedan ser también esos chilaquiles negros que se
preparan con chile pasilla.
Todos estos platillo pueden prepararse en casa sin ningún
problema, pero nada los hace más sabrosos y atractivos que el saber que entre
los ingredientes se pueden encontrar las amibas y salmonellas que pululan en
las manos de los vendedores callejeros o en aire de los respiraderos del metro.
Mientras el alto mundo culinario está en la deconstrucción,
con platos semivacíos y a veces con nombres absurdos que necesitan incluir palabras
en francés para justificar su mezquindad, penuria y precio, a la mayoría de nosotros nos
gusta la fusión de platillos que son nuestros favoritos, en cantidades
suficientes como para recordarnos porque somos uno de los países más obesos del
mundo.
Quedó en espera de otra de estas maravillosas aves a ser
descubierta.
publicado en palabrasmalditas.net en agosto 2014
imagenes: notus.com.mx
amigosmap.org.mx
sinmantel.mx
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