Famosa como una de
las leyendas de la América Colonial, la monja alférez recorrió grandes
extensiones de los dominios españoles del siglo de oro, dejando muestras de
valentía y violencia.
Armando Enríquez Vázquez
En 1626 Catalina de Erauso se presentó frente a Felipe IV de
España para solicitar al monarca una pensión y un memorial, por los servicios
prestados como soldado de la corona a lo largo de 15 años en la conquista de
Chile y de Perú. Hasta un año antes, Catalina era conocida por la soldadesca
española por el nombre de Alonso Díaz Ramírez de Guzmán, pero un desafortunado
incidente que puso en peligro su vida, la llevó a descubrir su género al Obispo
de Huamanga en Perú, quien utilizó la ayuda de dos matronas que le confirmaron el
sexo de Catalina y el hecho de que era virgen por lo que el Obispo decidió
protegerla y ella viajar de regresó a España.
El rey le concedió la pensión y la nombró Monja Alférez, dada
su doble condición de monja evadida y alférez del ejército español, una vez
concedida la pensión Catalina emprendió el camino a Roma pues quería obtener
del Papa Urbano VIII el permiso para continuar vistiendo como hombre. El Papa,
que se caracterizó a lo largo de su papado por tomar decisiones de alguna
manera liberales y que en 1639 confirmó la prohibición para esclavizar a los
indígenas americanos, se lo concedió.
Esta singular mujer nació en 1585 en San Sebastián de
Guipúzcoa. A los cuatro años de edad sus padres la metieron al convento de San
Sebastián el Antiguo. Allí permaneció hasta que a los quince años tuvo un
altercado con una monja profesa mucho mayor que la agredió. Aprovechando que
era familiar de la priora del convento, en una ocasión que la monja antes de
los matines le pidió su breviario, el cual había olvidado en su celda, Catalina
aprovechó para tomar las llaves del convento, hilo, tela y aguja, así como ocho
reales que guardaba la priora en su celda. Catalina regresó con la monja y le
entregó el breviario, después pretextó estar enferma y la monja la envió a descansar
a su celda, cosa que Catalina aprovechó para escaparse del convento y nunca más
regresar. Sin conocer el mundo exterior caminó a donde le dio su entender,
escondida en un castañar se cortó el cabello y confeccionó ropas de hombre con
las que se vistió antes de entrar en el pueblo de Vitoria.
Así pasaron más de dos años haciéndose pasar por hombre con
nombres como Francisco Loyola, sirviendo como paje o lacayo, incluso pasó un
mes encerrado en la cárcel de Bilbao por defenderse de un grupo de malandrines
y herir a uno de ellos. Siempre cerca de San Sebastián y teniendo encuentros
casuales con sus padres y familiares, quienes resultaron incapaces de
reconocerla, de acuerdo con lo que cuenta en su autobiografía. Finalmente, en
1603 se embarcó hacía Sevilla y a los dos días de llegada a la ciudad partió
con rumbo a América.
Llegó a Venezuela, Colombia y finalmente a Panamá, tuvo su
primer enfrentamiento con fuerzas contrarias armadas y en la ciudad de Trujillo
cometió su primer homicidio, al enfrentare a un hombre con el que ya había
tenido un altercado en otra ciudad de nombre Saña. De Trujillo Catalina viajó a
Lima, capital de Perú, donde encontró trabajo muy bien remunerado en una
hacienda, pero el gusto le duró nueve meses, hasta que el dueño del lugar lo
descubrió recostada en las piernas de una de sus sobrinas que instaba a
Catalina a viajar al Potosí y hacerse del dinero que les permitiera casarse,
fue despedida de la hacienda y se vio forzada a enlistarse en el ejercito que
iba a conquistar Chile.
Sobre la sexualidad de Catalina de Erauso siempre han
existido contradicciones, si bien es cierto que jamás habla en su autobiografía
de su atracción por hombres y sí de sus divertimentos, como en el caso de la
doncella limeña, con algunas damas, no existen registros de que haya sido
lesbiana y como hemos visto permaneció virgen hasta más allá de los cuarenta
años.
Ya soldado, Catalina partió a Chile y participó de manera
aguerrida y osada en la lucha en contra de los indios mapuche. En una batalla
recuperó una bandera capturada por el enemigo a costa de ser herida, de hecho,
dice que fue herida por tres flechas y una lanza, matando a muchos enemigos,
incluyendo al cacique que se había apoderado de la insignia. Curiosamente en
esos días Catalina de Erauso o Alonso Díaz servía a las órdenes de su hermano
el Capitán Miguel de Erauso, al cual había conocido al llegar al puerto de Concepción
en Chile procedente de Lima y al cual trágicamente habría de asesinar en una
trifulca y sin darse cuenta a quien mataba, si no hasta el final del duelo.
Catalina o Alonso fue un personaje digno de una novela de la
picaresca; bribón, osado, envuelto en mil aventuras y refugiándose en más de
una ocasión en las paredes de los templos católicos como finalmente sucedió en
Huamanga, fue también un fiel representante de la soldadesca española que
transitaba por el continente americano en busca de oro y fortuna; brutal,
canalla y pendenciera. Por sus hazañas obtuvo el grado de Alférez, pero por su
crueldad y las quejas en su contra jamás obtuvo el de Capitán.
Catalina mató a numerosos hombres a lo largo de su vida,
algunos en actos de batalla, otros en simples reyertas de cantina, como muchos
otros soldados y rufianes que desembarcaron en las costas del nuevo continente
sin que por ello fueran considerados asesinos en muchos casos.
Tras la venía del Papa, para que Catalina continuara
utilizando ropas de hombre, la mujer regresó a América instalándose en la Nueva
España, al parecer en las cercanías de la ciudad de Orizaba donde estableció un
negocio de transporte de mercancía entre dicha ciudad y la Ciudad de México.
Arribó a tierras mexicanas en 1630 y se cree que murió alrededor de 1650,
llevando mercancía con sus mulas en las cumbres cercanas a la ciudad
veracruzana. Su autobiografía vio la luz casi tres siglos después bajo el
título de Historia de la Monja Alferez
Doña Catalina de Erauso.
publicado en mamaejecutiva.net el 7 de marzo de 2016
imagen wikipedia.org
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