¿Cuál podrá ser la razón por la que los mexicanos consumen narco series, como la mayoría de habitantes del mundo? Y ¿por qué las empresas de producción de entretenimiento continúan realizándolas?
Armando Enríquez Vázquez
Cuando la senadora del Partido Verde, Lía Limón, propuso la
eliminación o el cambio de horarios para las narco series, lo único que
demostró es su gran ignorancia en un tema que ha sido materia de una política
populista a nivel mundial, una materia que pretende simplificar problemas mucho
más graves que los contenidos de la televisión, el cine o cualquier expresión
humana dedicada a reflejar el país u la época en la que vivimos: una materia que
sin eufemismos llamamos censura.
Y cuando hablo de ignorancia por parte de la senadora,
habría que recordarle a la legisladora, la gran cantidad de ideas y momentos en
que censurar y los actos de censura que se han llevado a cabo en ese mismo
sentido y el fracaso rotundo que han tenido.
Uno de los más recientes ocurrió durante el sexenio de
Miguel de la Madrid cuando se prohibieron y sacaron del aire con el silencioso
y servil contubernio de Emilio Azcárraga Milmo series de televisión como Los Intocables o Ultraman por considerarlas violentas en exceso para las audiencias
mexicanas. A pesar de la censura puritana surgida desde Los Pinos la violencia
en México continuó en aumento y algunas de estas series son consideradas
clásicos de la televisión mundial.
La actual violencia en las pantallas es sólo reflejo de la
situación social que vivimos en todo el mundo y en México. Las series españolas
de comedia o drama no tienen problema de hablar de uno de los grandes problemas
que aquejan a la península ibérica como es la trata de mujeres de las ex
repúblicas comunistas del este de Europa, y sin embargo, los miembros del PP,
PSOE, Podemos o Ciudadanos no apuntan a censurar la televisión de
entretenimiento en España, si no a resolver el problemas desde los órganos jurídicos
y de justicia responsables.
Durante años el gobierno norteamericano ha querido también
acusar a Hollywood y a la televisión por promover la violencia, con una
respuesta nada tímida, ni censurada de actores, directores y productores que
han demostrado que la raíz de la violencia está muy lejos de los foros y
locaciones donde se realizan las producciones y más cercana a la ineficacia y
la agenda de intereses de los legisladores norteamericanos.
Pensemos por un momento ¿Cuál podrá ser la razón por la que
los mexicanos consumen narco series, como la mayoría de habitantes del mundo? Y
¿por qué las empresas de producción de entretenimiento continúan realizándolas?
De acuerdo con Denise de Rougemont en su clásico Amor y Occidente, no hay nada que nos
guste más que una historia de amor y muerte. Parece que en 2016 una de las
mejores maneras de combinar estos ingredientes se encuentra en una de las más
patéticas realidades sociales; el crimen organizado y por supuesto audiencia
igual a rating, rating igual a mayores patrocinios o ventas de publicidad.
En todos los países se producen este tipo de contenidos;
novelas, películas y series de televisión tiene el elemento del crimen
organizado y son de gran consumo.
Una de las complejidades del cine o la televisión de
entretenimiento es que además de una forma de expresión, se trata de industrias
que como tal deben ser redituables.
La censura planteada por la senadora Lía Limón es como toda
censura un pretexto para no aceptar la ineficacia del gobierno en las áreas de
seguridad e intentar tapar el sol con un dedo imponiendo realidades falaces a
los habitantes, en este caso a los espectadores. Los verdaderos promotores de
la violencia en los medios se encuentran disfrazados muchas veces de jefes de
redacción, o directores de medios, como alguno que yo conozco y que en una
ocasión espetó: No son nuestros familiares
así que no importa llenar los noticieros de sangre, que es lo que vende. Es
entonces cuando la violencia se deslinda de una historia y se vuelve un vil pretexto
para vender. Es cuando carece de un contexto verídico y se resalta su más vil y
vulgar aspecto morboso con pretexto de ganar un punto de rating, eso si es algo
realmente censurable.
Por supuesto que existen los excesos y la gratuidad de la
violencia en los medios; las primeras planas de la nota roja son la verdadera
pornografía que daña al tan mencionado tejido social. Ni que decir de tanto
video grupero, reggaetonero y popero cuyas imágenes incitan a la violencia de
género, al desprecio por las mujeres, pero ese tipo de agresión visual parece
que le es indiferente a la senadora, como fue el caso a principios de este año
del video del cantante Gerardo Ortiz, que curiosamente fue criticado y atacado
desde las redes sociales y más tarde desde SEGOB y el mucho después por el
poder legislativo.
La sociedad abierta de estos días tiene el poder del veto
ante lo que considera fuera de las reglas sociales y lo hace cada cinco minutos
las veinticuatro horas del día a lo largo de toda la semana. Declaraciones desafortunadas,
imágenes inapropiadas, asaltos y políticos prepotentes son muchas veces puestas
en evidencia por los medios virtuales antes que por los medios tradicionales o
las autoridades.
La censura está relacionada de manera directa con el
control, con el autoritarismo y la egolatría de los gobernantes, no con la
prevención o acciones en contra de esa violencia que tanto nos afecta y nos
preocupa. La censura es la madre de una hipocresía oficial que pretende negar
la realidad.
La censura, como tal sólo daña y atenta contra la Libertad
de expresión y de creación, mientras que, por otro lado, el de la confrontación
y desobediencia, plantea el reto, al autor, de cómo darles la vuelta a esas
reglas absurdas. En el caso de la publicidad en México durante muchos años
estuvo prohibido el atacar y hacer comparaciones con la competencia, algo que
se hace en muchos países y que recientemente hemos visto en el mercado mexicano
en la pelea entre Netflix y Televisa, contrario a la moralina que mantenía esta
ley, el consumidor ha demostrado tener muy claro quién es quién en el mercado
de la distribución de contenidos y se ha divertido con la campaña, muchos
publicistas de antaño llenaban sus comerciales de dummys que asemejaban los
colores y tipografía de su competencia con nombre ficticios que los ayudaron a
darle la vuelta a esos actos infantiles de censura.
Demostrando así que contra las decisiones arbitrarias e
impensadas también existe la creatividad para de manera sutil revocarlas.
publicado en roastbrief.com.mx el 7 de noviembre de 2016
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