¿Dónde termina la
responsabilidad del Estado en materia de cultura y donde comienza la autonomía
y libertad de expresión del artista? ¿Puede ejercerla sí es pagado por el
gobierno?
Armando Enríquez Vázquez
A principios de año cuando la precandidata presidencial
Margarita Zavala habló, sin mucho conocimiento de causa, es cierto, de la
economía naranja muchos “intelectualoides”
se le fueron a la cabeza, haciendo burla en parte porque nunca habían oído el término
y en parte por no entender bien el concepto, otros simplemente pensaron que era
un desvarío de la entonces aspirante a la presidencia.
Lo cierto es que la llamada economía naranja se refiere a la
cultura, a la propiedad intelectual, las empresas culturales y emprendimiento
en el campo cultural. Hace un par de años tomé un curso organizado por la Secretaria
de Cultura del gobierno de la CDMX en materia de empresas culturales y sí algo
me quedó claro es que la cultura en su enorme diversidad y gran cantidades de
actividades es y puede ser lucrativa, además de un elemento formador, de hecho,
en un país sano este tipo de economía contribuye en niveles superiores al 1% en
el Producto Interno Bruto o PIB, que de ninguna manera son despreciables.
La historia en México sobre todo a partir de los años
setenta ha hecho de un gran número de creadores y artistas verdaderas rémoras
de los presupuestos federal y locales, lo que ha favorecido también, a una pobrísima
oferta cultural en general por parte del Estado y muchas veces a la nula
competencia en materia de oferta cultural. Mucho de lo financiado por el Estado
resulta inicuo, su recuperación es mal visto y se pretextan cualquier tipo de argumentos
para justificar esa mediocridad e incapacidad al menos de recuperar la
inversión. Lo que a su vez contribuye a la pésima oferta privada que en muchas
ocasiones es subsidiada también por el estado en forma de exenciones y otro
tipo de prerrogativas fiscales, lo que se convierte en un círculo vicioso.
Entre las labores esenciales de cualquier gobierno no se encuentra el
convertirse en mecenas de nadie, como en su momento lo hizo Luis Echeverría Álvarez
con el Banco Cinematográfico, uno de los mayores fraudes que se han creado en
la historia del arte en México y que tuvo como consecuencia dos décadas de un
patético cine nacional del que aún existen muestras y gente que piensa de la
misma manera retrógrada.
Durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari se creó el
perverso organismo llamado Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) para
mantener a partir de becas a un grupo de artistas y creadores que se convirtieron
con el paso de unos años en una mafia de esas que tanto le gusta denunciar al
presidente Andrés Manuel López Obrador y que contempla como becarios a famosos
artistas que no necesitan esa beca o intelectuales afines al régimen.
La semana pasada al conocerse la propuesta de egresos del
presupuesto para 2019 del gobierno de Andrés Manuel López Obrador se supo que
la cultura sufrió un recorte de 500 mmdp, gracias a los jalones finales de la
oposición, pues se había propuesto un recorte por el doble, lo que hace que la cultura
no sea realmente importante para la 4T, que entiende las necesidades reales del
país, o al menos eso nos hacen creer. El presupuesto para la cultura planteado
por el gobierno de López Obrador es menor al que en su momento propusieron
Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, la secretaria de cultura Alejandra Frausto
minimizó el recorte argumentando que ese dinero es el que se gastaba de manera onerosa
en la secretaría y el recorte realmente no afectará a los programas de la secretaría.
Lo cual todos sabemos que es pura demagogia y servilismo de la funcionaria.
Como dije anteriormente financiar artistas no es labor esencial
del Estado. El gobierno debe ser el mejor gestor cultural y san se acabó. Mantener
sus estaciones de radio y hacer como lo propuso hace unos días el presidente de
la televisión pública una BBC, es importante porque más allá de apoyar a un
determinado proyecto ayuda a la promoción de la cultura a lo largo y ancho del
país. Se debe promover la inversión privada en la producción para los medios
públicos y por lo tanto, promover a la cultura del país tanto en el exterior
como al interior del país, reconocer nuestra diversidad cultural que está muy lejos
de limitarse a la diversidad sexual que se fomenta y promueve en las grandes
ciudades y la inclusión que implica todo aquello que nos habla de los diferentes
Méxicos existentes. Por ejemplo, recuerdo, no hace mucho una exposición en el
Museo de Culturas Populares acerca del acordeón y el bandoneón que mostraba una
importante parte olvidada de la cultura sobre todo del norte del país, o la
estupenda colección del mismo Museo de recetarios de las diferentes regiones y
etnias del país. La promoción, cuidado y mantenimiento de los museos y otros órganos
d difusión de la cultura es importante y nada tiene que ver con creadores poco
creativos pero ávidos por vivir del presupuesto.
La cultura no es el mal cine que se produce en México desde
la mafia que es el IMCINE, ni el teatro que sin calidad, si no a través de
contactos se promueve desde la Secretaría de Cultura o/y otras dependencias de
gobierno.
Si la 4T es todo lo que ha prometido el presidente, y más
vale que así sea porque existen indicios preocupante de que López Obrador es
sólo un hombre que busca fortalecer la partidocracia, pero solo con un partido lleno
de personas con ambiciones y hambre de poder y ningún compromiso con el país, como
mexicanos estamos de acuerdo y preferimos la paz, el crecimiento, el desarrollo
y la palabra de moda en el gobierno de conceptos; la felicidad a una cultura
artificial.
Muchos de los artistas y creadores que se han manifestado en
contra del recorte, Cuarón, Gael García, Diego Luna, entre otros tienen la
capacidad y lo han demostrado de levantar proyectos exitosos sin el apoyo
estatal y muchas veces a pesar del mismo. Hoy Cuarón puede presumir de su película
Roma que se realizó a pesar de los intentos de extorsión por parte del entonces
delegado de Cuauhtémoc y flamante senador de Morena Ricardo Monreal quien a
pesar de presumir haber escrito libros desconoce claramente el valor de la
cultura. En las entrañas de Morena se encuentra un claro ejemplo de una exitosa
empresaria y promotora teatral; Jesusa Rodríguez, hoy además Senadora de la
República por Morena.
La cultura y sobre todo aquellas manifestaciones y actividades
que necesitan un enorme trabajo de equipo y especialización de diferentes actividades
como cine, teatro, danza necesitan verse como empresas capaces de generar ganancias
para crear círculos virtuosos y empresas culturales sanas. Nada tiene de malo
aprender a convertir los esfuerzos individuales y/o colectivos en proyectos
lucrativos. Es claro que ni Frida Kahlo, ni Diego Rivera vivieron únicamente de
su inspiración o de los proyectos que le financió en un principios el gobierno
en especifico a Diego con los murales de los grandes edificios, inversionistas
privados nacionales y extranjeros pagaron a Diego por diferentes obras por que
apreciaban el valor estético de las creaciones del pintor y de esta manera
Diego mantuvo también su independencia creativa.
Recordemos como durante el sexenio de Ernesto Zedillo se
intentó enlatar una cinta que el mismo había financiado, “La Ley de Herodes” dirigida
por Luis Estrada es un claro ejemplo de lo que sucede cuando el Estado se vuelve
productor de cultura y en el caso extremo está la forma en que los regímenes
totalitarios como el nazismo alemán, y el comunismo ruso o cubano han intentado
anular a sus voces creativas y críticas, acusando a los artistas de ser elitistas,
degenerados, atentar en contra de la cultura popular y enemigos del pueblo.
El arte es subversivo y provocador en muchos de
sus niveles, por eso creer que el estado debe invertir en él es una incongruencia.
Los artistas deben buscar a sus audiencias a través de empatías con su forma de
expresarse, no de billetazos que les permitan comer mansamente de la mano del
Estado. En último de los casos el Estado a esos artistas debe enseñarles lo que
es y como aprovechar la economía naranja que es una buena fuente de ingresos.
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