La democracia en México ha forjado memorables eufemismos para tapar su ineficiencia y su poco interés en los ciudadanos.
Armando Enríquez Vázquez
De acuerdo con el informe conocido como Latinobarómetro,
México se encuentra en el último lugar entre los países del continente en
cuanto a la satisfacción con el sistema democrático. Con una aprobación de tan
sólo el 19%, los mexicanos somos quienes menos creemos en el sistema político que
rige nuestras vidas.
La cifra no puede sorprendernos, lo que asombra es porque no
se ha desmoronado la mascarada en la que vivimos. Existen muchas razones para
esto, pero la principal se encuentra en la sólida trama que ha tejido la
partidocracia y las falacias y eufemismos que han forjado y como nos hemos
adaptado a vivirlos.
No es de sorprender nuestra desconfianza en eso que nos
quieren hacer ver como democracia cuando el Presidente Peña Nieto habla en la
ONU en contra del populismo y al otro día en un acto populista anuncia ante decenas
de acarreados chiapanecos la creación de zonas especiales de desarrollo en el
país.
Cuando el presidente del PAN Ricardo Anaya, anuncia una
iniciativa de apoyo a las candidaturas independientes pero el voto de los
miembros de su partido en los congresos locales ha demostrado su nula
tolerancia a los independientes y a la competencia política. Ni que decir de
una Izquierda que se ha encargado de vender de la manera más capitalista y
corrupta posible cualquier cosa que pueda en la Ciudad de México.
Cuando el Gobernador del Estado de México habla de
resultados mientras decenas de mujeres desaparecen en tierras mexiquenses y
existe la sospecha de una asesina serial de la que nadie parece querer hablar.
La democracia en México ha forjado memorables eufemismos
para tapar su ineficiencia y su poco interés en los ciudadanos, desde el
clásico llamar encharcamientos a las cíclicas inundaciones en zonas de la
Ciudad de México y municipios conurbados, con lo que se libran de crear un plan
hídrico para la capital del país, pasando por ese estado de derecho que permite
a un partido político violar las leyes en materia electoral, así como la
Constitución sin que realmente se le apliqué castigo alguno. Un país en el que
impúdicamente un procurador de justicia de la nación llama Verdad Historica a un informe construido con toda la intención de
que uno de los crímenes más atroces en los que se ha visto envuelto el estado
se olvide, se justifique. Una verdad que es un eufemismo de carpetazo, un
sinónimo de los ciudadanos y sus demandas no importan.
De acuerdo con el Latinobárometro que cumple 20 años de
llevarse a cabo, las cifras de aprobación de los presidentes en nuestro país
desde 2002 tuvieron su punto más alto entre 2006 y 2007 cuando la aprobación
del presidente fue del 60%, hoy sólo alcanza un 35%. El desencanto de los
mexicanos con el sistema es evidente y cada día es mayor. Pero políticos,
partidos e instituciones son sordos a las demandas ciudadanas actuando como
sabemos de la manera menos democrática posible.
Las respuestas de porque no creemos en la democracia nos son
claras a todos: corrupción, nula transparencia, impunidad y sobretodo demagogia
y populismo. En México hemos utilizado durante décadas el termino dictablanda para describir el tipo de
gobierno ejercido por el PRI. Andrés Manuel López Obrador y su mundo de
conspiraciones llamó PRIAN a la alianza que se opuso a él y al PRD y hoy habla
de una asociación entre al menos cuatro partidos para secuestrar eso que
utópicamente él llama democracia (PRI, PAN, PRD y VERDE). No le falta razón,
pero la fotografía completa lo incluye a él que fue miembro de ese PRI y de ese
PRD a los que hoy desprecia, al igual que muchos de sus acomodaticios correligionarios
como Manuel Bartlett, uno de los principales enemigos de la democracia, y que
jamás han pertenecido realmente a la Izquierda.
Tristemente hay que reconocer lo mucho que ha dañado a la
idea de democracia el INE; una simple burla de aquel IFE que encabezó en su
principio José Woldenberg. Hoy la institución encargada de dar certeza a los
mexicanos sobre la validez de los procesos electorales al igual que los
tribunales electorales estatales y federal son sólo órganos corruptos al
servicio de la partidocracia en el poder.
Y si bien es cierto que lo mexicanos no creemos en la
democracia, y mucho menos en la que rige a nuestro país tan llena de
eufemismos, falacias y chapucerías, lo cierto es que la participación ciudadana
a través de las redes de sociales, la aparición cada día mayor de periodistas
ciudadanos libres de los intereses de los dueños de medios, unidos a la voz de
aquellos periodistas vetados y censurados por el democrático gobierno de
Enrique Peña Nieto y que hoy están en Internet nos habla de un interés por
hacer valer la democracia, no la oficial dictada desde Los Pinos, las curules y
escaños, los asientos de los consejeros del INE, sino la democracia utópica en
la que fuimos educados.
Hoy la voz de esa minoría que tenderá a volverse mayoría con
el acceso a Internet, ha podido lograr resultados presionando al gobierno federal, logrando desde principios
del sexenio deponer a un procurador del consumidor que únicamente dejaba ver
esa prepotencia priísta que tan bien conocemos muchos. O a obligar a un
presidente ególatra a sentarse con los padres de las victimas de una entidad
infiltrada por el crimen organizado, en todos sus niveles.
La apertura y el ambiente verdaderamente democrático que
existe en Internet, ayuda a la inclusión de todas las voces, a los radicalismos
y a los sinsentidos. Nos rasa a todos y nos da voz y voto. Así como las nuevas plataformas han
desplazado a ciertos medios tradicionales de comunicación, en unos años, estoy
seguro, que gracias a las sociedades abiertas y participativas que permite
Internet, la democracia evolucionará hacía algo más cercano al ideal occidental
del término. De otra manera, seguirá siendo ese modelo de gobierno corrupto que
el mismo Platón despreciaba ya en siglo V a.c.
publicado en blureport.com.mx el 2 de octubre de 2015.
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