En la era de la 4T el estilo personal de gobernar intenta hacernos ver a un presidente coloquial, cercano a la gente, abierto a los medios, pero también nos muestra de lleno la figura del hombre que nos gobierna.
Armando Enríquez Vázquez
Todas las mañanas a la siete de la mañana Andrés Manuel
López Obrador sale con un abrigo muy fifí a informar a la nación lo que el
considera necesario dar a conocer, en esta parte no es diferente a ninguno de sus
antecesores. El Estado Mexicano desde que yo recuerdo se basa en un gobernante lleno
de reflectores cuando este decide presumir y hablar de sus grandes obras, así
se trate de dar a conocer que destaparon una coladera para que no se inunde la
calle y lo llaman: “Rectificación del
curso de la corriente para el beneficio de la población y su mejor tránsito por
las vías secundarias” o algo igual de zonzo y rimbombante, este es un país
de eufemismo donde hace décadas aprendimos que encharcamiento, por ejemplo
significa inundación y después nos preguntamos porque nos subtitulan en España.
En ese sentido López Obrador únicamente perpetua la tradición de los
gobernantes de cacarear huevos, sin que realmente gobiernen. A eso ya estamos
acostumbrados también.
Pero en teoría, tras el auto cebollazo, el presidente al
diariamente permitir una tanda de preguntas y respuestas habla con la prensa de
muchas de las inquietudes de los periodistas, de la sociedad por extensión y en
cierta forma de las preocupaciones que marcan la agenda de los dueños de los
medios. Lo que no sucede. Quienes hemos seguido casi a diario las conferencias
del presidente sabemos y reconocemos ya esa habilidad que tiene para acomodar
el balón a modo y la gran mayoría de las veces a fuerza termina en monólogo
basado en la sordera selectiva del presidente. López Obrador tiene una serie de
muletillas recurrentes; la corrupción que ya se acabó, el pueblo mexicano que
es bueno y es sabio, sus antecesores y las prácticas mafiosas que estos
ejercían desde el poder. Todas estas frases construidas en dieciocho años de
campaña, no abandonan al hombre que ya es presidente de México, con ellas evade
contestar de manera directa y certera preguntas que no sé si le son incómodas o
no conoce bien la respuesta.
El problema es que el presidente todas las mañanas se siente
entre rockstar y maestro de ceremonias al mismo tiempo; por un lado dando la
palabra a funcionarios que presentan el tema que el presidente quiere dar a
conocer y que no se pueden salir del guión escrito y a los periodistas que lo
interrogan al más puro estilo del gobierno americano, aunque una de las
novedades que implementó el viernes 11 de enero, en plena crisis del abasto de
la gasolina, fue a la mejor manera prianista del estilo de gobernar sembrar a
un periodista afín a él para que le preguntara a modo y aprovechó para darle un
espaldarazo a la apagada carrera de Ricardo Rocha que fue en parte vetado por
el PRI y el PAN por apoyar desde siempre al tabasqueño como sucedió con otros,
pero es claro que Rocha no es Aristegui a quien desde hace décadas se le
reconoce como crítica y de oposición.
De esta forma el presidente contesta lo que quiere y como
quiere en lugar de las preguntas de periodistas y de paso en el más puro estilo
de Donald Trump aprovecha para atacar y menospreciar a sus adversarios, a
quienes piensan diferente a él y a la oposición. Claro siempre termina este
tipo de ataques con la frase condescendiente de quien sabe que tiene el poder,
haciendo énfasis en que él respeta la opinión de todos y su derecho a
discernir. Lo que claramente es una mentira, pues cinco segundos después con su
dedo flamígero acusa a los conservadores, a los fifís, a los emisarios del
pasado.
Otra cosa de llamar la atención del discurso diario del
presidente es el abuso de palabras como “creo” o “supongo” estos dos verbos,
sus sinónimos y equivalentes no están permitidos en el discurso de un
presidente que debe dar seguridad a los gobernados de que tiene la situación
ubicada, controlada o que tiene el conocimiento suficiente que le permitirá
tomar las decisiones correctas, esa forma de expresarse por más sincera que sea
sólo brinda incertidumbre en los ciudadanos.
Después de dieciocho años de campaña en los que siempre que
quiso llamar la atención López Obrador optó por decir que tenía datos e
información sobre sus adversarios políticos y que nunca pudo enseñar, pero que
le sirvió para sembrar la semilla de la duda y el rumor entre sus seguidores,
hoy como presidente no puede, como lo ha hecho ya, recurrir a esa forma de
actuar. Es cierto que hay información que como jefe del Estado él tiene y no
puede hacer pública, lo que no puede hacer es decir: “Tengo datos que pronto
les daré a conocer” para que el tema se olvide en la noche de los tiempos. Como tampoco puede prometer hacer llegar
información a los periodistas, lo que nunca sucede y peor no puede dar
información para que después sea desmentido por sus propios secretarios como
sucedió en el caso de los depósitos de combustibles en el NAIM que el
presidente anunció en una de sus mañaneras y que después desmintió el
Secretario de Comunicaciones y Transportes Javier Jiménez Espriú.
Tal vez no sea culpa de López Obrador, si no de los serviles
y mediocres asesores de los que se ha rodeado el presidente, incapaces de
contradecir a un hombre que no acepta críticas, ni comentarios. Sin embargo, lo
que en principio quiere ser una estrategia de comunicación y de imagen del
presidente de los mexicanos, resulta el petardo que dinamita esa misma
estrategia en la muchos de los casos, porque alguien no esta prestando atención
a los temas que todas las mañanas pretende tocar el presidente y no le prepara
la información correspondiente. Por tratar de parecer conocedor y dueño de la
situación, él mismo se muestra ignorante de los temas más importantes y reales
de la agenda nacional.
En su protagonismo característico el presidente ha obligado
a sus funcionarios a quedarse callados, ha desaparecer de los medios; sólo él
puede hablar, informar y gobernar el país. La misma Jefa de Gobierno de la
Ciudad de México Claudia Scheinbaum al ser cuestionada sobre el problema de la
gasolina respondió al periodista, molesta; “No
soy la vocera de cuando se resuelve un tipo de problema como este el vocero es
el presidente de la República…” para la fiel aliada de López Obrador es
claro que la única voz que cuenta es la del tabasqueño aunque eso cambie su
estatus de presidente por el de un simple vocero.
La crisis en la comunicación del Estado en general ha
quedado al descubierto en la semana del inicio de la crisis del desabasto de
gasolina; en la parte más esencial porque ni el presidente ni los secretarios
correspondientes y mucho menos el director general de PEMEX, parecen ser
capaces de diferenciar entre dos puntos cruciales del discurso oficial: La
crisis del desabasto por un lado y la lucha contra el huachicoleo por el otro.
La primera afecta de manera directa a la población y a la distribución de
bienes de consumo en el país y el segundo es un acto similar al que en su
momento asumió Felipe Calderón de luchar contra grupos criminales que atentan
contra la integridad del país. Acción que debemos apoyar y congratularnos que
el presidente haya tomado la decisión de hacerlo, porque así conviene a México
y no porque le “hayan colmado el plato.”
Como él mismo dijo porque entonces algo “ésta podrido en Dinamarca” y nos muestra
que se gobierna desde la pataleta y no desde la razón y los intereses del país.
Para el presidente todo se limita a errores o corrupciones
del pasado que han cambiado porque desde el primero de diciembre de 2018 la
corrupción desapareció y porque desde la ingenuidad o la claramente desde la
artera demagogia de quien ocupa Palacio Nacional: el pueblo bueno y sabio, con su pésima educación formal y la
idiosincrasia inculcada por más de ochenta años de gobiernos iguales a los de
López Obrador que ignoraron su responsabilidad como gobierno de enseñar al
pueblo a pescar en lugar de darles un pescado, será el que ayude al presidente
a combatir al crimen organizado. Algo que claramente ha quedado demostrado en
los actos de esta semana cuando hemos visto a ese pueblo defender a
huachicoleros y ser parte del problema.
Por otro lado, cuando el presidente habla de sabotaje y este
acto contra el cual no ha hecho nada, a pesar de que se ha repetido innumerables
veces durante los días de combate al huachicol, El presidente que tanto habla
de los bienes de la nación que fueron saqueados está permitiendo exactamente
eso, pues no actúa de manera directa contra estos terroristas que amenazan a
México. Es más fácil criticar la posición de ciudadanos y medios que no
comulgan con él que meter a la cárcel a quien en verdad atenta contra México.
¡Buenos días México, que todas las mañanas despiertas con la
ingenua esperanza de buenas nuevas que nos ofrezca nuestro presidente!
publicado el 18 de enero de 2019 en blureport.com.mx
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