Una mujer que en ocho
años hizo tres viajes a África Occidental y recolectó peces e insectos para el
museo británico sin dejar de ser una dama victoriana.
Armando Enríquez
Vázquez
Mary Henrietta Kingsley enfundada en un vestido largo negro
como lo dictaban las reglas de la sociedad inglesa de finales del siglo XIX, se
embarcó en un viaje rumbo a África que cambió su vida pero nunca su visión de
mujer inglesa de esa época acerca de la vida y el papel de la mujer en la
sociedad.
Esta mujer de 31 años que sin nadie que la acompañara, zarpó
con rumbo primero a las Islas Canarias y después continuó su viaje a África
Occidental conocida en esos días como “La tumba del hombre blanco” por la
cantidad de enfermedades y vicisitudes que acababan con la mayoría de los europeos
que llegaban en busca de fama y riqueza, hizo historia, se convirtió en leyenda
entre caníbales y en una rareza para una sociedad europea que ni siquiera
consideraba a las mujeres aptas para elegir a sus gobernantes.
Intrépida, poseedora de un espíritu aventurero y valiente,
Mary Henrietta Kingsley nació en Londres el 13 de octubre de 1862. Hija de un
médico que acompañaba a diferentes miembros de la aristocracia inglesa en sus
viajes alrededor del mundo de nombre George Kingsley, a pesar de ser educada en
la forma tradicional de la época, o lo que es lo mismo, sin una verdadera
educación formal de ningún tipo, George Kingsley comenzó a darse cuenta que su
hija era diferente; inteligente y curiosa. Kingsley contrató un maestro de
alemán para Mary y le dio acceso a la niña a su biblioteca. En la medida de lo
posible cuando su padre se encontraba en Londres, Mary pasaba horas con él
ayudándolo a traducir textos, a redactar sus memorias de viaje y sus hallazgos,
George Kingsley viajó principalmente a América del Norte y se volvió un experto
en la cultura de los Sioux.
En 1890, con diferencia de semanas, los padres de Mary murieron.
Su hermano menor, también viajero, emprendió un viaje a China. Mary se vio
entonces sola en Londres y sin nadie a quien recurrir, decidió hacer cuentas de
lo que era su herencia y como distribuirla de manera mensual para permitirse
viajar a África. Para preparar su viaje consultó a diferentes amigos de su
padre de los que sólo escuchó palabras de desaliento. Uno de ellos le dijo: “Sí
quieres marchar a África tienes que planear el viaje a la perfección,
prepararlo todo y cuando lo tengas todo listo, irte de viaje a Escocia”. A
pesar de los sarcasmos y burlas Mary Higgins realizó su primer viaje del que
regresó en diciembre de 1893.
En diciembre de 1894, un año después de haber regresado, con
maletas llenas de frascos y formol que le había dado el zoólogo Albert Günther,
director del Museo de Historia Natural británico y miembro de la Royal Society
como forma de patrocinar su viaje y las cuales ella tenía que llenar con
especies de insectos y peces, Kingsley se embarcó por segunda vez con rumbo a
África. Este segundo viaje fue un viaje lleno de hazañas. Al llegar a África le
fue negada la entrada al continente por las autoridades de la aduana británica
por no estar acompañada de un hombre, tras breve discusión con el jefe de la
garita, se le permitió el paso, quedó advertida que ninguna autoridad le
ayudaría y que se encontraba sola en África.
Mary Kingsley no fue amedrentada por el machismo inglés y
junto con sus maletas llenas de frascos se adentró en África, se contactó con
los mercaderes en busca de guías que la adentraran en el territorio de lo que
hoy es Gabón y la Guinea Ecuatorial. Acompañada de guías de diferentes grupos
étnicos, decidió que una de las mejores formas de internarse en la selva era
navegar a través del río Ogowe. Este río es el principal de Gabón y atraviesa dicha
nación africana, además algunos de sus afluentes se internan en Camerún.
Mary Kingsley aprendió a remar y en más de una ocasión
durante ese aprendizaje volcó la canoa cayendo al río y sobreviviendo a pesar
de usar sus oscuros vestidos victorianos con enaguas y medias gruesas de lana,
a este forma de vestir Kingsley atribuyó el evitar piquetes y mordidas de
diferentes insectos y de las sanguijuelas que infestaban los lodos de río. La
mujer blanca que surcaba el río se convirtió en una leyenda y atractivo para
las diferentes comunidades que habitaban en la ribera del río las cuales salían
a ver a aquella forastera de piel blanca.
En sus diferentes aventuras en el río, Kingsley se topó de
frente con un feroz hipopótamo, de acuerdo con sus relatos el asunto terminó
cuando Mary le rascó detrás de las orejas al animal con su sombrilla pasando al
lado de la criatura sin crear una tragedia. En otra ocasión se deshizo con un
remo de un cocodrilo. Y refugiándose en la maleza de una tormenta tropical, se
encontró junto a un leopardo que también se resguardaba del mal clima.
Kingsley documentó las costumbres de diferentes grupos
nativos de África Occidental, su religión y también plantas que tenían diversos
usos. Los Ajumba le enseñaron a navegar en el río y los Fang a caminar por
entre la maleza de la selva. De hecho, ella relata que para ganarse el respeto
de ambos grupos en una de sus caminatas disparó un rifle en contra de una
manada de elefantes, sin haber disparado antes en contra de ningún animal y
mató a uno de ellos lo que le ganó de inmediato el respeto de los hombres que
la acompañaban.
Convivió con grupos de caníbales, como los Fang, y en un
momento de su texto refiere que no temía ser comida por los antropófagos que no
se interesaban por la carne de los blancos, sino que le preocupa el bienestar
de sus guías quienes si podían ser devorados por alguno de los diferentes
grupos de caníbales de la zona.
En 1895, Mary Kingsley logró una hazaña hasta ese momento no
realizada por una mujer y el único occidental que lo había logrado había sido
el gran explorador inglés Richard Burton, uno de los descubridores de las
fuentes del río Nilo y que era admirado por Mary; conquistar la cima del Monte
Camerún, una montaña de 4,040 metros de altitud. Acompañada por un grupo de
seis guías que la fueron abandonando conforme se acercaban a la cúspide debido
a la idea de que dioses malignos habitaban la montaña. Kingsley llegó sola a la
cumbre de la montaña convirtiéndose en la primera mujer europea en lograrlo y
una vez más ataviada con la ropa menos indicada para esa labor.
A finales de 1895 Mary Kingsley regresó a Inglaterra, en sus
frascos llevaba 65 especies diferentes de peces de las cuales 7 eran
desconocidas, convertida en una celebridad se le invitó a redactar una serie de
conferencias para la Royal Society que fueron leídas por hombres. A las mujeres
no estaba permitido hacerlo y Mary se sentaba entre el público a escuchar sus
propias aventuras e impresiones de viaje. A pesar de su valentía e
independencia, Mary Kingsley observó las reglas de la sociedad conservadora y
jamás se opuso al ser relegada como en el caso de las conferencias, es más su
posición en temas como el voto femenino en boga en esos momentos en Gran
Bretaña, era opuesta a las sufragistas y así lo expresó por escrito.
Mary había quedado prendada por África y su apartamento
londinense estaba totalmente decorado por máscaras y otros recuerdos que había
llevado del continente. Ella decía que esa decoración la inspiraba para
escribir sobre su experiencia.
En 1900 al enterarse del inicio de la guerra boer en
Sudáfrica, vio la oportunidad de regresar a África y se enlistó como enfermera
del ejército inglés. Curiosamente en esa ocasión sus vestidos no la salvaron
del diminuto virus del Tifo y Mary Kingsley murió el 3 de junio de 1900 a los
37 años.
Mary Kingsley escribió y publicó “Viajes al África
Occidental” y “Estudios sobre África Occidental”. Tres especies de peces de las
que llevó a Inglaterra fueron bautizadas con el nombre de la exploradora.
publicado en mamaejecutiva.net el 28 de enero de 2019
imagen wikipedia.org
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